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May

La bicicleta, una vez más, la mejor aliada ante cualquier crisis

El pasado lunes, en cuestión de segundos, se esfumó uno de los pilares de la sociedad moderna: la electricidad. El apagón afectó de lleno a nuestra vida cotidiana. Muchos se vieron obligados a interrumpir su jornada laboral, las comunicaciones se cortaron, y la ciudad, de repente, pareció detenerse.

Uno de los ámbitos más afectados fue, sin duda, la movilidad. Con los semáforos apagados, trenes paralizados, vehículos eléctricos con la autonomía con las horas contadas y gasolineras fuera de servicio, moverse en coche o transporte público dejó de ser una opción viable. La situación dejó muchas imágenes surrealistas relacionadas con la movilidad. Personas andando durante horas para recoger a sus hijos o trenes completamente parados en mitad de trayecto entre otros. 

En situaciones así, cuando lo normal se rompe, la bicicleta vuelve a demostrar que es la mejor opción para desplazarse. No necesita electricidad ni combustibles fósiles. Funciona con lo más simple: nuestras propias piernas. Permite transportar peso e incluso personas, no colapsa las vías y, al ocupar tan poco espacio, libera las carreteras para que los servicios de emergencia puedan actuar con eficacia. Además, no depende de infraestructuras complejas como semáforos o estaciones de servicio. Permite también, que si hay que priorizar el uso de una energía limitada, llegue en mayor cantidad para otros servicios que lo necesiten como pueden ser hospitales, centros logísticos o comunicaciones.

No es la primera vez que la bicicleta se convierte en nuestra mejor aliada en emergencias. Durante la pandemia del COVID-19, cuando el transporte público representaba un riesgo sanitario, fue una alternativa esencial: permitió a muchos trabajadores llegar a sus puestos de forma segura, ayudó a mantener la distancia social y se convirtió en una válvula de escape para el estrés del confinamiento.

También lo vimos en Valencia, durante la DANA del pasado octubre. Con miles de coches inutilizados por las riadas y el transporte público completamente paralizado, la bicicleta fue la única forma de garantizar cierta movilidad y permitió que muchas personas afectadas pudieran ir al trabajo y desplazarse. Muchos voluntarios pudieron, también, llegar rápidamente a las zonas afectadas gracias a ella, demostrando una vez más su valor no solo como medio de transporte, sino como herramienta de solidaridad y respuesta rápida.

Por lo que en esta sociedad cada vez más demandante de la energía, cómo no pensar en la bicicleta como mejor opción frente a coches de combustión fósil y/o eléctricos. Y así ha sido como este lunes nos lo ha vuelto a demostrar, que ante la crisis la bicicleta da alas y que cuando todo se detiene, ella sigue rodando: silenciosa, sencilla y eficaz. No solo como medio de transporte, sino como símbolo de autonomía, resiliencia y sentido común.

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